Despertar con el oído izquierdo
Despertar con el oído izquierdo
Suena el despertador. Lo oigo, pero ¡oouch! Es la quinta alarma…, ya voy fatal de tiempo. Mi smartphone no tiene suficientes tonos para el arsenal de alarmas que necesito para oírlas y levantarme. La mayoría son demasiado tibias para mi nivel de audición, y las que son lo suficientemente estridentes, me acabo acostumbrando a ellas.
Tengo que replantearme lo de comprarme un despertador adaptado, el problema para mí, es que los de tipo luminoso no me hacen efecto. A mi alrededor puede tornarse la oscuridad más absoluta en claridad celestial, y no perturbarme en absoluto. De hecho casi nunca echo la persiana. Sin embargo, he oído que para oídos duros, valga la redundancia, existen unos despertadores con super vibración que se colocan debajo de la almohada. Podría probarlo, pero creo que tendría que elegir muy bien entre las 2 almohadas y 3 cojines que utilizo para dormir. Ni acertando puedo asegurar que el dispositivo no acabe la noche en la otra punta del dormitorio. Y aun así, tengo mis dudas sobre su efectividad contra mi sueño profundo.
Todo esto lo pienso mientras me doy una ducha demasiado rápida. Hoy tengo una reunión importante y no era el día para levantarse sin tiempo para imprevistos. Pues dicho y hecho, ley de Murphy o vísteme despacio que tengo prisa. La premura ha hecho que sin querer me “enchufe” directamente con la alcachofa en el oído y me ha entrado bastante agua. Lo suficiente para que pierda otro buen rato en recuperar el equilibrio y seguramente me pase media mañana medio mareado.
Pongo la alarma, echo la llave y consigo salir de casa preparado. Voy muy justo de tiempo. Me debato entre si coger el coche o el transporte público. Yendo tan apurado, entre el atasco y aparcar, va a ser complicado que llegue a tiempo en automóvil. Me decido por el bus. Voy a paso ligero a la parada, la veo de lejos y si viene el bus de repente, voy a tener que echarme una buena carrera. ¡Bingo, a correr! Allá viene entrando por la rotonda, está a unos 400 metros. Menos mal que es cuesta abajo y que a estas horas hay bastante gente en la cola de la parada, lo que me da el tiempo necesario para llegar mientras se suben.
Llego a duras penas, hiperventilando, y de repente oigo un triple pitido. ¡Oh no! Es la señal de que se ha agotado la pila de mi implante y me temo que con la prisa, no he cogido batería de repuesto. Cualquier otro día me podría apañar, pero para la reunión me resulta imprescindible enterarme de todo. Así que me toca no subir al bus y volver a casa. Sin lugar a dudas, hoy me he levantado con el pie izquierdo, o como yo digo, con el oído izquierdo, que es en el que tengo mayor pérdida de audición.
Parecía que mi mañana torcida iba a quedar ahí. Asumiendo que iba a llegar tarde, proponiéndome ser todavía más previsor, y quitarme otra hora de sueño para los por si acaso, en días tan importantes. Pues bien, cuando logro subirme al siguiente bus me ocurre la traca final.
Tras tantos meses sin coger el transporte público no recordaba si me quedaban viajes en el bono de 10, en ninguna de mis dos tarjetas de transporte. Acerco la primera al aparato y en la mini pantalla pone: 00 viajes. Acerco la segunda y de nuevo: 00 viajes. Lamentándome, me dirijo al conductor preguntando si puedo pagar con efectivo o tarjeta. A lo que me responde:“¡pero si ya has pagado atontao!”
Efectivamente, entre mi torpeza y que no distingo los pitídos de error o aceptado que reproduce el aparato cuando pasas un billete, se acababa de añadir a mi colección particular de infortunios mañaneros, pagar el doble por un viaje, casi el triple, y un improperio gratis.